Muchas veces pensamos que hemos alcanzado la igualdad social que tanto hemos ansiado desde tiempos antiguos, y que la persona con la que nos cruzamos por la calle es igual que nosotros aunque sea multimillonario o muy pobre. Yo también era de los que pensaban eso, y era una de las filosofías que, hasta ahora, siempre me había ayudado a seguir adelante, a pesar de vivir en un piso de alquiler pequeño y necesitar un trabajo extra para llegar a fin de mes. ¿Qué importa?, me decía; total, el dinero no da la felicidad en absoluto, hay cosas más importantes.
...Sí, cosas más importantes que también se compran y se mantienen con dinero, para qué nos vamos a engañar. Pero retrocedamos en el tiempo hasta el momento clave, el detonante que hizo que mi pensamiento sobre ese asunto diera un giro completo. Estaba yo tomando un café en un sitio muy pijo porque un amigo -uno de esos que tiene más suerte económica que yo- me invitó cuando, de improviso, capté, mientras él iba al baño, una conversación. No había que ser muy avispado para darse cuenta de que eran personas con dinero: las joyas de la mujer, el maletín de cuero auténtico del caballero, etc.
Y, más aún, aquello de lo que estaban hablando: de mudarse de casa. Pero no a otro piso de alquiler, oh, no... Ellos estaban hablando de comprar una casa, y más curioso aún, una casa ecológica. Estuvieron comentando largo y tendido algo sobre conseguir a buen precio una casa prefabricada y oí a la mujer decir, con toda claridad, que ella o se mudaba a otra casa de lujo o nada. ¡A otra, ni más ni menos! Entonces lo supe: no somos iguales, por mucho que queramos autoengañarnos y pensar que es así. Aunque creo que esas casas fabricadas previamente también se venden baratas... Igual me informo. |